Esa mañana Ernesto nos tenía preparada una de esas rutas que te quitan el hipo y que se te graban en la memoria. Y se hizo patente enseguida, cuando apenas llevábamos recorridos unos centenares de metros y abandonamos la carretera que habíamos tomado en Saliencia, para adentrarnos en la mágica penumbra de aquel bosque tan espeso de hayas, robles y castaños.
Así, iniciamos un vertiginoso ascenso que, sin embargo, más pronto que tarde, se nos hizo muy cómodo ya que estábamos siguiendo el trazado sinuoso de un ancestral camino de herradura. Un sabio sendero cuyas piedras romas, tras miles de pisadas de los vaqueros y sus bestias, iban a susurrarnos algunas de las historias que mejor describen los usos y costumbres que, por siglos, se han venido dando en los valles que conforman el concejo de Somiedo (Asturias, España).
Una tierra por donde las verdes montañas de Asturias se asoman a los páramos de Castilla.
Un lugar de ensueño cuyos paisajes rezuman la sabiduría y el respeto con el que sus gentes supieron adaptarse a la naturaleza y a sus códigos.
Un territorio por cuyos mágicos bosques es fácil adivinar el caminar parsimonioso del oso pardo y escuchar el aullido del lobo, y en el que por su cielo vuelan, imperiales, los alimoches y los buitres.
Un paisaje en el que tanto aportó la naturaleza y la geología como la sabia mano del hombre. En el que se suceden de manera armónica los espacios naturalizados (prados recién segados, cercados de piedra, arquitectura vernácula, senderos y caminos que entrelazan a una red de pequeños asentamientos rurales) con otros espacios naturales (densísimos bosques, inverosímiles estratos rocosos que afloran por doquier enmarcados dentro de un complejo sistema de valles y montañas que finalmente confluyen en el río Somiedo).
En estas, que ya habíamos ascendido bastante trecho de aquel sendero de manera que, cuando en un recodo el bosque se abrió, se nos presentó majestuosa la Foz de los Arroxos, y pudimos observarla embelesados desde una cornisa esculpida en la roca.
Se trata de un empinado valle que, a lo largo de las centurias, supo abrirse paso entre los pliegues calizos de esta montaña, cuya azarosa vida geológica los había puesto patas arriba. Por eso sus impresionantes vetas verticales mostraban las entrañas de unos depósitos marinos que se dieron hace millones de años.
De manera paulatina fuimos superando el piso bioclimático de los bosques atlánticos para adentrarnos en el reino de los enebros, el brezo y las retamas y, al fin, poder visualizar los apacibles prados de montaña, que ya empezaban a clarear entre la espesura y que muy pronto se convertirían en los verdaderos protagonistas de aquel paisaje serrano.
Progresivamente, el sendero fue suavizando su pendiente y el valle, ya mucho más abierto, nos anticipaba la cercanía del puerto de montaña de La Mesa, por lo que ya empezaron a ser frecuentes, por aquí o por allá, los rebaños de vacas autóctonas paciendo parsimoniosas por los prados.
Un singular paisaje de montaña modelado ancestralmente por la mano del hombre que fuimos reconociendo e interpretando con las explicaciones de nuestro guía, además de los interesantes comentarios que eventualmente íbamos realizando en el grupo, ya que lo conformábamos biólogos, ingenieros, médicos, arquitectos, universitarios, agricultores, montañeros…
Así, supimos que a esos prados de montaña llegaban cada verano desde muy lejos (y aún lo siguen haciendo, aunque ya en menor medida) rebaños de ovejas merinas extremeñas y castellanas. De ahí la existencia de esa vía pecuaria tan singular: El Camino Real de La Mesa, cuyo trazado por aquellas tierras coincide con el de la calzada romana que conectó hace dos milenios a las ciudades de León y Oviedo. Eso explicaba, por ejemplo, la existencia en las inmediaciones del puerto, y muy cerca de una bellísima laguna, de un cercado de piedra utilizado por los ganaderos trashumantes para recoger a sus ovejas al caer la tarde en los días estivales.
Pero esas praderas de altura, como antes decía, también son el destino de la ganadería vacuna. Por eso, muy cerca del puerto, y aledaño a la vía pecuaria, observamos con deleite una especie de poblado, bastante arcaico, compuesto por tres núcleos de cabañas circulares, muy próximos entre sí, y dispuestas sin un aparente orden. A ese lugar lo llaman Corros de la Braña de la Mesa. Porque en Somiedo se denomina “corros” a esa tipología de construcciones y “braña” a un vasto espacio ubicado en los claros del bosque o en las partes altas de las lomas, conformado por prados, regueros, veredas, cercados y construcciones pensados para la práctica de la ganadería de montaña.
Dichos corros se construyen mediante muros de mampostería a base de piedras del lugar, con la tradicional técnica de la cuerda seca. De planta circular, cada uno de ellos cuenta con una puerta adintelada y sobre elevada respecto de suelo exterior, además de un único ventanuco enmarcado con lajas de piedra. Su cubierta se realiza mediante una falsa bóveda a base de lajas algo más delgadas que se van disponiendo horizontalmente en círculos concéntricos, apoyadas unas sobre otras, hasta completar la cubrición.
Se trata de un ingenioso sistema que no requiere de tecnología alguna y muy práctico para procurarse de un hábitat con los materiales del lugar, sin necesidad de poseer una pericia especial para construirlo o repararlo.
Gracias a la perspicacia de nuestro guía pudimos apreciar que junto a algunos de los corros había un recipiente con piedras de sal al servicio de las vacas, que las lamen con asiduidad para completar así su pobre dieta mineral:
“Teniendo el agua en el arroyo cercano y la hierba abundante en el prado, la presencia de la sal garantiza por sí sola que las vacas ya no se alejen del lugar, porque poseen los tres ingredientes que necesitan”.
Una verdadera muestra del ingenio y de la sabiduría del hombre popular.
Aunque los corros eventualmente eran usados por los pastores trashumantes, que a cambio regalaban a los vaqueros productos de su tierra de origen, en realidad su función está relacionada con la vida nómada de los vaqueiros de alzada que cada primavera llegaban con su ganado para volver en el otoño a otros prados más benignos, generalmente ubicados en las zonas bajas de Asturias o en las comarcas cercanas de Galicia. Se cuenta que antiguamente eran utilizados como vivienda, aunque con el tiempo pasaron a ser refugios para el ganado y, solo eventualmente, para el pastor, tal y como nos contó Ernesto:
“El vaquero duerme en el corro con los terneros para evitar que mamen por la noche y así poder ordeñar a las vacas por la mañana”.
Por eso, con el tiempo, en las cercanías de cada uno de los puertos de montaña de Somiedo, fueron naciendo pequeños pueblos “de vaqueiros”, que se habitaban de primavera a otoño y de los que partían, junto con sus vacas, antes de las primeras nieves. Así nacieron, por ejemplo, los núcleos de La Peral o Llamardal.
Ya en el camino de vuelta de nuestra ruta, al bajar a cotas intermedias, pudimos contemplar otro tipo de brañas, ahora aterrazadas, y ubicadas en los claros del bosque. Y en ellas pudimos deleitarnos con otra de las construcciones más características de Somiedo: los Teitos. se trata de unas construcciones que, si bien cumplen una función parecida a la de los corros, sin embargo, se diferencian de aquellos fundamentalmente en tres aspectos:
- primero, que ya no conforman núcleos, sino que cada teito está vinculado a un prado bien delimitado por hiladas de mampostería;
- segundo, que su tipología se caracteriza por ser cabañas rectangulares de dos plantas de altura: usada la inferior para la guarda del ganado y la superior para uso del pastor;
- y tercero, que su sistema constructivo ya es mixto al utilizarse piedra, madera y escobones (de retama):
Se trata de cabañas de planta rectangular conformadas por unos sólidos muros de piedra que delimitan la planta inferior, y por un piso superior construido mediante un entramado de madera. La cubierta, muy pendiente, se construye con un entramado de vigas de madera con pequeños listones horizontales, que conforman la estructura.
La cubrición se realiza de abajo hacia arriba, mediante el acople sucesivo de escobones (retama) que son engarzados en los listones horizontales de la estructura. Finalmente, para rematar la cubierta, los escobones se ensartan con ramajes, a modo de peinetas que coronan el teito.
Los teitos son usados por ganaderos locales que, en primavera, suben a sus vacas a las brañas; en verano siegan la hierba para garantizar el alimento en los meses invernales; y que al acercarse lel invierno bajan el ganado a los prados bajos cercanos a los pueblos, lo que les permite resguardarlas en los establos cuando hay nevadas.
A modo de síntesis, y para que lo visualicéis mejor, estas son las características de este característico sistema urbano-rural-natural de Somiedo:
- Fue declarado Parque Natural y Reserva de la Biosfera desde hace más de 20 años
- Constituye un único concejo (municipio) cuya extensión es de casi 300 km2
- Su población apenas alcanza los 1200 habitantes, que se distribuyen entre 15 parroquias y 38 aldeas, todas ellas ínfimas salvo Pola de Somiedo, sede municipal, que es algo mayor, en la que se concentran casi la totalidad de los servicios urbanos.
Una vez terminada la ruta, volvimos en coche desde Saliencia hasta Pola de Somiedo y tuve la dicha de que nuestra chofer ocasional fuese Geli García Cano (que tuvo que sustituir a su hijo, que se había marchado a una boda). Y es que esos minutos fueron como un torrente de información y de anécdotas sobre la vida en estos valles, contados con una pasión, un conocimiento y un compromiso tales que no pude sino preguntarle:
- “Oye Geli, seguro que también eres concejal de Somiedo…”
¡Ja,ja,ja! En efecto, respondió afirmativamente ¡Ja,ja,ja! Y no pude evitar proponerle, nada más llegar, que nos hiciéramos un selfie juntos. También le prometí que compartiría las vivencias de mi estancia en Somiedo en este blog de La Ciudad Comprometida, y que se las mandaría...
Para finalizar quiero felicitar por la ejemplaridad que supone y por los importantísimos logros conseguidos desde la creación del Parque de Somiedo a las sabias gentes de este concejo y a gobierno del Principado de Asturias. Ojalá que también sepan gestionar con sensatez y responsabilidad cómo encauzar y filtrar los cantos de sirena urbanísticos y/o económicos relacionados con el turismo, algo especialmente difícil al existir en estos valles un sistema de asentamientos rurales tan disperso.
Comprometidos con el presente, pero también comprometidos con el futuro.
Mando abrazos agradecidos a Ernesto Carrera y Jose Miguel Real, de la empresa RUMBO A PICOS; al personal del restaurante y hotel Casa Miño, por su atención y amabilidad; a los chóferes y a aquellos que nos atendieron con afabilidad al final de las rutas; y cómo no, a mis camaradas en la montaña: Pepe, Roger, Carmen, Gracia, Cristina, Jose, María, Carlos, Antonio, Rafa y Pili… Bonicos y bonicas todos ellos.