Recordareis que hace unas semanas empezamos a reflexionar sobre la importancia de valorar el patrimonio cultural de cada municipio y como comprobé que era un tema que os interesaba me comprometí a seguir profundizando sobre este asunto. Y por eso hoy, abundando sobre el asunto quisiera contaros la estupenda sorpresa que me regaló una pequeña población del sur de España, en el oriente de Andalucía: Dalías (Almería).
Este pueblo, que da nombre a uno de los mayores milagros del agro andaluz: “El Campo de Dalías”, es muy famoso por su agricultura intensiva en invernaderos, pero yo no podía sospechar que me iban a dar una verdadera lección de amor por lo propio, por sus costumbres y por su paisaje…
Dalías se asienta a media ladera de la Sierra de Gádor, como escondido en un valle, a unos 10 kilómetros del Mediterráneo y algo elevado respecto de la llanura agrícola, por lo que el paisaje hacia el sur lo domina en primer plano ese inmenso “mar de plástico” y ya al fondo el brillo azulado del mar… Y fruto de ese boom agrícola allí han nacido otras ciudades como El Ejido, muy populosas pero anodinas como casi todas las cosas que crecen demasiado rápido.
Por eso mi sorpresa al llegar a Dalías… un verdadero remanso de belleza y armonía, en un bello paraje que hasta ahora han sabido mimar: Mantienen orgullosos su arquitectura de casas blancas, cúbicas y de escala familiar, y han sabido hacer que su crecimiento de los últimos años se haya adaptado a esas mismas pautas, de modo que allí me sorprendieron muchas cosas, pero seguramente la que más el sosiego que percibí en el lugar. La paz del lugar.
Y además, ese mismo orgullo por lo propio allí se percibe en el mimo por el entorno rural montañoso: árido pero moteado por los cultivos, abancalado con bellísimos muros de piedra a cuerda seca, y donde los algarrobos, membrillos, higueras, olivos y almendros te hablan con bella elocuencia de la añeja cultura mediterránea.
Y mira si están orgullosos en Dalías de su cultura heredada que hace no mucho decidieron, por suscripción popular, elegir sus “7 maravillas”: los mejores ejemplos de su tradición que cualquier visitante debe conocer. Y yo me dispuse, lógicamente a recorrerlas lo que me permitió pasear por el pueblo (La Iglesia, el Retablo del Cristo de la Luz y el Casino), recorrer sus alrededores (Ermita de Al-Hizam, el Nacimiento del Río y los Baños de la Reina) y la Iglesia de Celín (un pequeño pueblecito aún más remetido en las montañas)…
Me pareció una maravillosa iniciativa local para no solo mostrar orgullosos su bello patrimonio sino para que al recorrerlo te impregnes de su paisaje y de la sabia relación que el hombre supo construir entre lo urbano y lo rural, mostrando a las claras que cómo es mucho mejor vivir en armonía con el lugar, y que para ello simplemente hace falta hacer las cosas con sensatez y mesura.