Casares es uno de esos bellísimos pueblos blancos de Andalucía que pareciera que estuvieran colgados literalmente de una montaña, y cuya simple contemplación te hace sentir como en casa y que afloren sentimientos de puro orgullo por tu tierra y sus gentes, por su cultura y por su historia.
Está ubicado allí donde termina la provincia de Málaga, por su occidente, y te da la bienvenida el Campo de Gibraltar, ya en la provincia de Cádiz; allí donde la Serranía de Ronda termina de desparramarse hacia el sur y se asoma al Mediterráneo; siendo, por tanto, una privilegiada puerta por la que la Andalucía interior se asoma al mundo, precisamente en los confines de su espacio más cosmopolita, La Costa del Sol malagueña…
Sin embargo, yo no conocía este lugar, a pesar de que, como os decía, nada más llegar me hizo sentir como en casa porque todo me era cercano: su arquitectura de volúmenes fragmentados, paños de teja y casas blancas, blancas; las callejuelas escarpadas y sus plazuelas que siempre se asoman al paisaje; el primor con el que cada vecino engalana su trocito de calle; o la cercanía de sus gentes con esa hospitalidad tan natural que te atrapa y te llega al alma…
No me extrañó cuando supe que su nombre, Casares, deriva de cuando Julio César hace algo más de 20 centurias recaló en aquel lugar regalándole su nombre y llevándose a cambio la salud que le dieron sus aguas curativas. Aunque sí que sabía que fue la cuna de Blas Infante, considerado como "Padre de la Patria Andaluza" por el Parlamento de Andalucía y el Congreso de los Diputados.
Todas estas singularidades hicieron a Casares merecedor de ser declarado por el parlamento Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico. Algo de lo que sin duda se sienten muy orgullosos sus vecinos, y lo llevan a gala a su manera, orgullosos de la armonía y de la alegría que rezuma este pueblo a la que todos contribuyen y a la que todos también vigilan.
En seguida me llamaron la atención un par de iniciativas municipales que ayudan a explicar todo esto:
- Una de ellas tiene que ver con el concurso que anualmente convoca su ayuntamiento para incentivar a los vecinos a cuidar y embellecer con plantas y flores las fachadas y callejones del pueblo: “En este concurso puede participar cualquier vecino del casco histórico que lo desee, el principal requisito es decorar con elementos naturales de temporada los arriates y macetas, además de mantenerlos cuidados durante todo el año”.
- Y otra, la campaña “aparca y ven andando” promovida para incentivar que los vehículos se dejen en la entrada al pueblo (para lo cual el ayuntamiento ha construido sendos edificios para aparcamientos gratuitos).
En fin, que ahora la vida me ha traído a este hermoso lugar para que comparta con su ayuntamiento mi experiencia para la mejor regulación y protección de su arquitectura y de su urbanismo vernáculo, en definitiva, de su patrimonio cultural que ha recibido la más alta distinción patrimonial, como BIC que es, y que por tanto es de interés general que así se haga.
Y por eso, nada más llegar a Casares, en cuanto empecé a recorrer sus rincones, la mirada se me nubló y el corazón se me enterneció al recordar tantísimas vivencias, cuantísimos aprendizajes, y también los innumerables aprecios que recibí a lo largo de los años en otros muchos pueblos blancos, colgados también de las montañas de Andalucía. Y como en un flash, se me superpusieron innumerables recuerdos de Montefrío, Bubión, Castril, Capileira, Pórtugos, Pampaneira, Carataunas, Albuñol, Sorvilán, Almegíjar, Dílar, Ferreira, Albondón, Órgiva, La Tahá, Castillo de Locubín, Aldeire, Íllora, Santa Elena, Játar, Monachil, Fornes, Frailes, Diezma, Valdepeñas de Jaén, Arenas del Rey, Laujar de Andarax…
Agradecido de que la vida me permitiera dejarme la piel en aquellos lugares, y de que ahora me haya traído también a Casares.