Hace unos días leí unas declaraciones del concejal de urbanismo de una ciudad que me es muy cercana (en todos los sentidos) en las que, con una claridad meridiana, explicaba cuál es el modelo de ciudad por el que apuesta su equipo de gobierno:
“Ahora toca la ciudad construida (…) para hacer una apuesta por la rehabilitación, la eficiencia energética, la accesibilidad, una movilidad sostenible y servicios de cercanía. Sostenibilidad.
Tocan operaciones de cirugía para tener un estándar de equipamientos de calidad al servicio de las personas, con zonas verdes para el disfrute colectivo.
Toca trabajar la cohesión social de nuestros barrios… Cuidar del paisaje que nos rodea, el natural y el cultural. Y por supuesto repensar los usos industriales, la gestión del agua, de los residuos…”
Y aunque ese concejal (¡mira que les gusta…!) adornaba sus declaraciones explicando lo mal que lo habían hecho los anteriores gobernantes, en realidad es de agradecer la firmeza y la claridad de su apuesta, como también es justo decir que eso de volver la mirada hacia la ciudad existente para volcar en ella la mayor parte de las iniciativas públicas y privadas se trata de un mensaje que felizmente ya va calando hondo en todos los niveles de la administración y que incluso cada vez se discute menos por la clase política:
Nuevas políticas para resolver problemas de accesibilidad, o de mejora de la trama urbana, o de integración de unos barrios con otros, o para prever la mejora de las dotaciones y servicios públicos, o para desarrollar estrategias de revitalización urbana y de rehabilitación del parque residencial, o para el desarrollo de iniciativas públicas de vivienda, o para erradicar impactos ambientales o paisajísticos. O incluso para identificar posibles proyectos urbanos de mayor calado.
Sin embargo, aunque algunas de esas nuevas políticas para la ciudad van a poder iniciarse con prontitud mediante iniciativas puntuales que vayan identificando los gestores públicos, en la mayor parte de los casos va a ser inevitable (y desde luego pertinente) que tales proyectos urbanos “hayan sido previamente identificados, contextualizados y dirigidos desde un plan, esto es, desde una mirada más amplia”:
- para que existan garantías de que supondrán una oportunidad para revitalizar, regenerar o mejorar la ciudad y con ella propiciar “una mejora apreciable de las condiciones de partida, en beneficio, sobre todo, de la calidad de vida de los ciudadanos “
- Y también para cumplir con todos los requerimientos legales y administrativos que se requieren para las actuaciones en la ciudad.
https://laciudadcomprometida.eu/la-hora-de-guadix/127-identificando-las-oportunidades-de-mejora-urbana-que-tiene-cada-ciudad-la-hora-de-guadix-8
Es fácil pensar, además, que muchas de esas nuevas políticas afectarán a los barrios históricos de la ciudad cuya protección legal va a requerir actuaciones muy sensibles con el patrimonio cultural por lo que previamente deben estar concertadas con las administraciones sectoriales e incorporadas en el ordenamiento jurídico de dichos ámbitos (esto es, sus correspondientes Planes Especiales de Protección).
Por eso aquellas ciudades qua ya hicieron sus deberes durante los últimos años, actualizando la planificación urbanística municipal (comúnmente llamada PGOU); específica para sus barrios históricos (a través de los ya citados Planes Especiales); o sectorial para la regulación de algunas de las cuestiones temáticas más relevantes (movilidad urbana sostenible, vivienda, o paisaje nocturno, por citar algunos ejemplos), ahora tendrán muchísima mayor capacidad de actuar en el corto plazo (y de acceder a las soñadas subvenciones europeas) por tener perfectamente identificados, concertados y aprobados todo un paquete de actuaciones, de mayor o menor calado, que llevar a cabo. Aparte de que al estar contempladas dichas iniciativas en el planeamiento municipal también supone la presunción de que con su ejecución se estarán atendiendo los intereses colectivos de la ciudad y por ende de los ciudadanos.
Sin embargo, ese no es el caso, claro que no, de la mayor parte de los municipios que yo conozco. Como tampoco es el caso de ese municipio “tan cercano a mí” cuyo voluntarioso concejal exponía con gran acierto el modelo de ciudad que quiere propiciar ¿Por qué?:
- Porque su PGOU data de hace 20 años y está obsoleto dado que no se adapta a las necesidades actuales de sus barrios y a las generales de la ciudad en su contexto metropolitano, cuya revisión va a ser una ardua tarea que va a requerir, al menos, hasta el final de la siguiente legislatura.
- Porque aquellos Planes de Protección que se diseñaron hace décadas para la mejora de los barrios históricos hace ya muchísimos años que dejaron de ser útiles y hoy ya son más una rémora que una ayuda, sin que hasta el momento se haya abordado con decisión su actualización. Una labor compleja pero imprescindible.
- Y porque las normas reguladoras de la vida cotidiana en las que deben enmarcarse las iniciativas públicas y privadas son obsoletas en muchos aspectos y excesivamente rígidas (tal y como diversos colectivos profesionales y empresariales ya han manifestado en reiteradas ocasiones al ayuntamiento).
Así que: alcaldes, concejales, asesores municipales… Aprendamos del entrañable camaleón: que sabe mirar con un ojo a lo cercano (al corto plazo) mientras que con el otro ojo mira hacia la lontananza (al futuro). Ya que avanzar hacia ese nuevo modelo de ciudad no podrá hacerse solamente a través de la ejecución de proyectos puntuales, por numerosos que estos sean.
Porque los mejores alcaldes (y concejales) que yo conocí, a lo largo de mis ya numerosos años de andadura, nunca fueron los que más obras inauguraron sino aquellos otros que, además, supieron levantar su mirada para invertir una parte significativa de su empeño en soñar un mejor futuro para la ciudad y sus gentes, dejándose la piel por conseguirlo y auspiciando buenos y oportunos planes, debidamente concertados social, política y administrativamente.
Una tarea muy difícil. Pero también una tarea imprescindible y apasionante.