Nadie duda que Granada es una ciudad universal que forma parte del imaginario de millones y millones de personas de todas partes. Y es que cuenta con atributos de primera magnitud (La Alhambra y el Generalife) que se ubican en un contexto urbano y territorial que no hace sino ensalzarlos. Por lo que sus barrios del Albaicín, Sacromonte, La Churra o el Realejo; el mismo Centro Histórico de la ciudad que pivota en torno a su imponente catedral; la propia historia de la ciudad que se manifiesta en numerosos monumentos, lugares, leyendas o personajes, a cual más atractivo; o el Valle del Río Darro, la Dehesa del Generalife y el fondo escénico de Sierra Nevada… no son meros acompañantes para un monumento de primerísima magnitud, como La Alhambra, sino que le ayudan a conformar esta ciudad única que enamora, atrae y atrapa a cuantos oyen hablar de ella y se deciden a visitarla.
Hasta el punto de que la ciudad disfruta (y sufre) un éxito, sin parangón hasta ahora, aunque todo hace indicar que no ha alcanzado aparentemente su mayor cota de visitantes. De modo que el turismo y lo turístico presiden, seguramente con mayor intensidad de lo soportable, la vida y las decisiones en importantes sectores urbanos… pero no como consecuencia de una estrategia institucional de nuestras administraciones para hacer de Granada una ciudad mucho más competitiva y con altas cotas de calidad de vida, o del establecimiento previo de un modelo de la Granada que queremos alcanzar a medio plazo, a fin de que todas las decisiones, o al menos las más relevantes, vayan orientadas en tal sentido…
No es así, y eso lo sabemos y lo percibimos los ciudadanos. Y es que en los barrios centrales de la ciudad los simples pero elocuentes intereses del mercado turístico están siendo mucho más agiles y decididos que las cansinas decisiones de nuestros gestores de la ciudad y demás administraciones concurrentes, ya que sea por acción o por omisión, siguen anquilosadas en el pasado y no están dando prioridad a la actualización del modelo de protección y de revitalización que fue establecido en su día… un día sin duda demasiado lejano, ya que los Planes Especiales correspondientes a los sectores urbanos principales (Alhambra, Albaicín y Centro Histórico) datan de 1989, de 1990 y de 2002, respectivamente. Y desde entonces, incluso por estos lares, ya ha llovido demasiado.
Ayer domingo, un nutrido grupo de intelectuales granadinos, todos de larguísima y reconocidísima trayectoria, y por tanto nada sospechosos de nada diferente a su compromiso con su tierra, escribieron al alimón una carta abierta, publicada en el periódico Ideal de Granada, en la que bajo el título “La enfermedad del Albaicín y del Sacromonte” hacían un exhaustivo repaso a las condiciones actuales de estos dos barrios (que en muchos aspectos son extensivas a todo el Conjunto Histórico de Granada). Y a mí, plenamente coincidente con ellos, también me embarga la sensación de que la realidad comercial y turística, siempre vitalista y pragmática, va muy por delante de las necesidades de los granadinos de que sus barrios o de que la ciudad en su conjunto sean, antes que nada, espacios en los que vivir en sentido amplio, y donde poder desarrollarse como personas.
Así pues, Granada, que felizmente ya cuenta con una afluencia de visitantes más que notoria y que constituye un sólido destino turístico, necesita que sus instituciones, locales y regionales, entiendan que aquellos modelos de gestión que fueron elaborados hace más de 25 años o bien ya quedaron obsoletos o bien hace mucho tiempo que cumplieron su ciclo. Y que para conseguir que el turismo sea un motor que traiga prosperidad en el contexto de la construcción de una Granada más habitable y con mayores cotas de calidad de vida, y también de cara a la mejor protección de nuestro riquísimo legado cultural, requerirá, y de eso no cabe la menor duda, de la renovación y la superación de aquellos planes que, hace ya larguísimos años, se elaboraron para sus barrios históricos.
Y para ello se requiere liderazgo y mucha determinación.