El año 2018 toca a su fin y no quisiera pasar página sin realizar una breve reflexión respecto de algunos de los retos más acuciantes a los que deben enfrentarse nuestras ciudades y pueblos para dar una respuesta coherente a las vertiginosas transformaciones sociales, económicas, ambientales y tecnológicas, a escala global y local. Y para narrároslo he querido rescatar de mi baúl de lecturas favoritas un artículo de opinión que hace unas semanas escribió Cristina Narbona (de cuyo perfil quiero resaltar que es miembro de la Red Española para el Desarrollo Sostenible): https://elpais.com/elpais/2018/10/16/opinion/1539680999_595305.html
Y al preguntarse por el progreso real que se haya podido dar en nuestras ciudades, hacía una enumeración bastante elocuente los retos reales e inmediatos a los que deberemos enfrentarnos y que debido a su magnitud no podrán ser resueltos ni abordados en solitario por ningún alcalde, ni tan siquiera por ningún gobierno nacional, por lo que “resulta imprescindible la cooperación entre los diferentes niveles de la Administración, así como el diseño de políticas europeas acordes con la envergadura” de dichos desafíos:
“El cambio climático, el envejecimiento de la población, el incremento de las desigualdades y la aparición de nuevas formas de pobreza y de inseguridad ciudadana, la precariedad en el empleo, la desafección de segmentos crecientes de la población respecto de las instituciones democráticas, el uso de internet, la incorporación de la digitalización y de la robótica en un número cada vez mayor de actividades económicas, la presencia creciente de emigrantes procedentes de culturas diferentes...”
Por eso, se hacen imprescindibles iniciativas, como la Agenda 2030, aprobada en la Asamblea General de Naciones Unidas por parte de todos los Gobiernos del mundo, para que nos marquen una hoja de ruta a escala global “que integra las dimensiones económica, social, ambiental e institucional de los desafíos del siglo XXI”. En dicho sentido los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) “abarcan desde la erradicación de la pobreza y del hambre, a la reducción de las desigualdades, al empoderamiento de la mujer y la lucha contra cualquier forma de violencia de género, al acceso universal a la educación, a la sanidad, a la protección social y a condiciones dignas del trabajo, al agua potable y a la energía limpia... contemplando, con todo el rigor que merecen, los límites biofísicos de nuestro planeta, que exigen la preservación y restauración de la biodiversidad terrestre y marina, la mitigación y la adaptación al calentamiento global, incluida una mayor resiliencia frente a sus efectos, así como el fortalecimiento de las instituciones que garantizan la paz y el acceso a la justicia, y que propician el establecimiento de las necesarias alianzas dentro y fuera de las fronteras nacionales”.
Así pues, comprenderéis que no deja de inquietarme contemplar cómo nuestra clase política (y también algunas veces nuestra sociedad) está cada vez más polarizada, moviéndose por bloques ideológicos, de intereses o de identidades, mientras que los problemas reales de la gente (y de nuestro mundo herido) requieren justo lo contrario: gobernanza, concertación, consenso y miradas compartidas…
Por eso, queridos amigos de La Ciudad Comprometida, en los albores de un nuevo año, no se me ocurre nada mejor que levantar la mirada para reivindicar un cambio de actitud en nuestra sociedad y en los gobernantes.
¡Feliz y comprometido año 2019!