El martes pasado quise despedirme de mis vacaciones estivales haciendo lo que más amo: subir a las montañas que más amo también. Así que me entregue por muchas horas entre los senderos, entre los canchales, entre las nubes...
Siempre me produce la misma sensación de pequeñez y de insignificancia contemplar el amplio panorama, cuando en el horizonte se difuminan los perfiles lejanos y la calima entremezcla los planos de la tierra y de la luz. Y es que desde los oteros es fácil comprender que casi todo es pasajero y superfluo, y que quizás nos bastaría para nuestro transitar con una liviana mochila, en la que caben todos los cariños, algún que otro sueño, un libro, y ninguno de los pesares.
Y la franqueza de la montaña me regaló aromas, susurros, caricias y el dulzor del agua fresca de un manantial con sabor a menta. Mientras que la magnitud de la montaña también me ayudó a volver henchido de paz conmigo mismo y con mis retos. Como también la inmensidad de la montaña me prestó su fortaleza para poder proseguir con decisión y presteza mi camino en la vida.
Y durante aquellas horas de luz, cómo no mimetizarse con el modo de vida ancestral del pastoreo y la transhumancia, cuando ya en el descenso crucé los pastos de verano, seguí los surcos entre la espesa maleza que abrió el ganado, aprecié los descansaderos de los animales, y me detuve en una suerte de apriscos en los gocé disfrutando su arquitectura, ingeniosa fusión entre muros a piedra seca, el soporte de los roquedos naturales y la sensatez del hombre de la montaña: un par de rectángulos para separar a los animales y un humilde habitáculo multifuncional en el que pernoctar el pastor, donde dar refugio a las hembras parturientas o alivio a algún animal enfermo. Sencillo hábitat estival de quienes eligieron o heredaron este modo de vida.
Así que desde las alturas me empapé de perspectiva y afiné bien las referencias que me han de servir de guía para orientarme durante el día a día, y para poder recordar, cuando la noche quiera atenazarme, quien soy, de donde vengo y a quienes sirvo...