Si te tapas un ojo con la mano, tu visión se vuelve plana y pierdes la perspectiva de lo que discurre a tu alrededor… y bastará que, unos segundos después, liberes a tu mirar para recuperar el contacto con el volumen, la profundidad y la espacialidad. ¿Imaginas entonces qué nuevos matices podrías incorporar a tu visión si tuvieses un tercer, cuarto o centenar de miradas superpuestas? Pues algo así ocurre con el conocimiento de las cosas, con el trabajo compartido, cuando perseguimos los sueños de muchos, o con la toma de decisiones en común…
Porque las miradas colectivas siempre son más ricas, aportan más matices, alejan de las obsesiones y resisten mucho mejor el paso del tiempo… Y al igual que a tu simple mirada le bastó un segundo punto de vista para llenarse de matices, la superposición de visiones siempre va a enriquecer y llenar de matices cualquier decisión, conocimiento o encrucijada con la que te enfrentes en tu día a día…
Por tanto… ¿Alguien duda a estas alturas de la vida que la sabiduría tiene mucho más que ver con sumar los conocimientos de muchos que con la brillantez de uno solo? ¿O que las decisiones colectivas, debidamente trabajadas, siempre son más ricas, sensibles, certeras y oportunas? No solo eso, sino que la propia esencia de la humanidad descansa precisamente en la trasmisión de saberes, experiencias y logros que generación tras generación fueron sumando, en una especia de espiral infinita en la que “todo lo que es, es por lo que ha sido…” En la que no podríamos entender quiénes somos si ignorásemos a los que nos antecedieron y sus logros colectivos… desde que el mundo es mundo. Como tampoco podríamos desentendernos de nuestra responsabilidad para legar a las generaciones futuras no ya simplemente un buen lugar en el que vivir… sino también una sociedad más sabia, más sensible y más justa…
Pero, como dicen en mi pueblo, el camino se hace andando, y dependerá de cada uno de nosotros que, con nuestra mejor actitud, en nuestro día a día, en nuestro circulo próximo, en nuestra ciudad o en nuestro país, podamos aportar unas actitudes que propicien diálogos, intercambios, consensos, proyectos colectivos, prosperidad, justicia social, y miradas amplias...
Y yo eso lo veo con absoluta nitidez en mi labor como urbanista y planificador, ya que, como tantas veces he contado y cuento en todos los lugares a los que la vida me lleva, los planes de futuro deben ser concebidos “como una tarea colectiva (de la sociedad, de sus dirigentes y lógicamente de los especialistas). Porque sólo a través de la participación de los ciudadanos y de las instituciones se podrá garantizar la idoneidad de las soluciones técnicas que hayan sido propuestas. O lo que viene a ser lo mismo: que los planes sean viables y que estén al servicio de la sociedad y no al contrario…”
Y, anda que te andas el camino, debo confesaros (en un secreto a voces, porque no pierdo la oportunidad de decirlo, incluso de gritarlo al viento) que yo, haciendo de la necesidad virtud, ya no sabría caminar sin el apoyo de mi equipo. Con el que sueño, con el que comparto, con el que ideo, con el que cocino esos proyectos comprometidos que necesita la colectividad. Y por eso, con ese afán de superponer conocimientos, especialidades, sensibilidades y miradas compartidas es mucho más sencillo que los resultados puedan concretarse más tarde en logros colectivos… no ya nuestros, sino de la sociedad a los que van dirigidos…
Así que hoy, por si aún no lo habíais captado, queridos amigos de La Ciudad Comprometida, mi brindis, mi agradecimiento y mi alegría va por ese equipo de personas maravillosas que me acompañan día a día en mi quehacer profesional…
Kika, Mónica, Natalia, Alejandro, Juan Carlos, Noelia, Elena, Isabel, Alberto, María, Santiago, Darío... ¡Va por todos vosotros!