Quizás te hayas parado a pensar el por qué pocos seres vivos nos concitan tanta admiración y simpatía como las hacendosas abejas. No importa cuán pequeñas sean, pero apreciamos en ellas esa inteligencia colectiva que les ha permitido diseñar un hábitat tremendamente original (el fanal) y llevar una existencia muy laboriosa, eso sí, pero también organizada, lo que las hace fuertes: volando y volando por la floresta para que, con el concurso de miles de ellas, llegar a producir su sustento, el milagro de la miel y de la cera, que son la mezcla de innumerables aromas, sabores y colores…
Por eso os reconozco que yo también algunas veces me siento que fuese como una de esas sencillas abejas. Porque por mi trabajo como urbanista y por mi condición errante, estoy en contacto permanente con decenas de alcaldes, concejales y asesores municipales. Y con todos ellos, y en todos esos lugares, procuro dejar impregnado el polen del saber colectivo, de las experiencias exitosas, de las buenas prácticas que fui recogiendo pacientemente de aquí y de allá. Porque no hay nada que anime más a los gestores públicos que comprobar que otros, antes que ellos, ya dieron el paso y que, por tanto, esa idea o ese sueño es realizable y es positivo.
Tened en cuenta que no es nada sencillo sacar de la vorágine del “aquí y ahora” a los que gobiernan nuestras ciudades y territorios, ayudándoles a levantar la mirada, un poco más, para diseñar no solo el hoy sino también el mañana. Y he aprendido que no hay mejor receta para ser influyente en sus mentes y para superar las inercias que combinar franqueza, sensatez, conocimientos, compromiso y también, cuando sea necesario, no lo olvidemos, cierta intrepidez. Unos ingredientes que, en su conjunto, creo que solo los puede brindar la vida si se es capaz de combinar grandes dosis de experiencia, estudio y convicción…
Por eso, aunque casi cada día llego exhausto a casa, no paro de recordarme el enorme privilegio que la vida me regaló al permitirme que, al igual que las abejas, haya podido acopiar lo que transporto en mi mochila tras décadas de oficio en tantísimas ciudades, en situaciones muy diversas, con muchos buenos gobernantes y asesores, y con muchos buenos compañeros en el tajo que me siguen enriqueciendo cada día. Agradecido de lo que aprendí y comprometido en compartirlo sobre todo a través de acciones, trabajos, proyectos y planes comprometidos.
Y aunque reconozco que trotar por la montaña al amanecer alimenta mi cuerpo y mi espíritu, sin embargo, creo que el néctar que me aporta grandes dosis de fortaleza para seguir cada día con mayor ilusión si cabe, y no importa qué dificultades se te presenten, es ese regusto dulce como la miel con el que llego a casa cada noche y, al igual que las humildes abejas, sabedor de que también ese día pude combinar el polen de tantísimas vivencias como viví para para depositarlo allí donde la vida me llevó.
Te mando un fuerte abrazo, a punto de salir de viaje hacia una bella ciudad en el corazón de Andalucía.