Acaba de concluir en Granada (Andalucía, España), ciudad de referencia del Parque Nacional de Sierra Nevada, el I Congreso Internacional de Montañas (CIMAS 2018), un foro interesantísimo que ha reunido por unos días a científicos y gestores “para intercambiar propuestas de cara a garantizar la sostenibilidad de los recursos naturales, la variedad ecológica y el medio ambiente de estos paisajes naturales".
Además su celebración ha coincidido con el primer centenario de la creación de los dos primeros parques españoles: Picos de Europa y el de Ordesa y Monte Perdido. "Se trata de un cumpleaños mágico para los que dedicamos nuestra vida profesional a la conservación de la naturaleza, a su mejora y a la búsqueda permanente de garantías que favorezcan su realidad hacia el futuro", ha destacado Basilio Rada (director del Organismo Autónomo Parques Nacionales).
Y es que ningún lugar como las montañas puede encerrar tanto simbolismo para los amantes de la naturaleza, ya que "son relevantes por su paisaje, por su flora y su fauna, estratégicos por su situación en zonas montañosas que configuran notables fuentes de recursos hidrológicos, y muy importantes por la vinculación con la historia y la riqueza natural de las poblaciones del entorno".
Ha sido una extraordinaria oportunidad también para que todos los gestores de los Parques Nacionales españoles hayan podido departir con sus colegas de EEUU, de Colombia, México o Perú, por ejemplo, para asumir a “la montaña como oportunidad para recuperar el valor de la naturaleza” (como ha recogido en un artículo periodístico en IDEAL Juan E. Gómez).
Y dado que el acto de clausura ha tenido como protagonista al respetadísimo y admirado Joaquín Araujo, el mayor de los comunicadores y divulgadores de la naturaleza, creo que lo mejor es que os entresaque algunas de sus frases lapidarias, contundentes y llenas de compromiso:
- “Las montañas son el antídoto para una civilización que se ha arrancado los ojos”.
- “Subir siempre es importante. De hecho, los que amamos las cimas somos gente que subimos porque es demasiado lo que se está bajando, incluso demasiado lo que realmente se está dilapidando o enterrando, cualquier calificativo vale. Y, por tanto, estamos en la posibilidad de enfrentar lo que es una civilización lisiada con lo que puede ser considerada su principal muleta. Y la muleta de esta civilización es lo que queda de naturaleza virgen, maternal, abrigadora, amiga. Eso sucede con los espacios donde todavía podemos encontrar belleza y libertad a raudales. Y esas son las montañas, son nuestra última oportunidad”.
- “He hablado fundamentalmente de la vivencia. Soy una persona extraordinariamente afortunada. Decidí vivir en el regazo de una montaña desde hace 40 años y, además, de una forma poco menos que monacal. He tenido mucha suerte porque me dejan contarlo y me dejan hacer distintos formatos de la comunicación, pero transmitir fundamentalmente lo que es el inmenso placer de desayunar, almorzar y cenar con un horizonte lejano, con una montaña en perfecto estado de conservación es un tesoro tan inestimable que deberíamos incluirlo entre las preferencias de esta sociedad. Hay que mantener en su lugar la transparencia que nos queda y esa convivencia con el lado absolutamente fértil de la naturaleza que son las montañas”.
Y es que, seguramente, “las montañas son nuestra última oportunidad”.