Hasta que mis recuerdos me lo permiten, siempre la llegada del verano era sinónimo de semanas intensas y estresantes porque todo eran retos, tantas veces de vida o muerte (recordareis aquellos interminables exámenes finales) y ya en la vida profesional mucho peor... Veréis:
Y es que, salvo en estos años planos de la crisis, nunca hubo un mes de julio tranquilo. Nada, nada, a agosto había que llegar ligeros de equipaje y con todos los proyectos entregados... y es que todos (alcaldes, promotores o clientes) sufrían el síndrome del “Agosto fin del mundo”... porque, Quien con dos dedos de luces podría aplazar nada para septiembre?... es más, Quien viviría para entonces? Jajaja
Así que ya desde 19... (mi primer verano como arquitecto) supe que en Junio/Julio tocaba esprintar para dejar conclusos todos los encargos... para luego comprobar a la vuelta de las vacaciones que en septiembre, año tras año, nadie había abierto ni tan siquiera aquellas voluminosas carpetas o desatado los cordajes que ataban los proyectos. No solo eso, sino que como malas consejeras que son las prisas, además tendríamos que rehacer, ajustar, madurar en definitiva, todos aquellos barruntos del mes de julio... jajaja Y mira que no aprender nunca!
Así que, queridos amigos de La Ciudad Comprometida, he pensado que hasta que nos traspongamos más allá del acabóse (es decir: el 1 de Septiembre) SOLO OS ESCRIBIRÉ DE VEZ EN CUANDO. Cuando mi ánimo esté relajado. Y si por un casual me echaseis mucho de menos, bastará un comentario en el Blog y me daré por aludido...
Un abrazaco para cada una de vosotras y de vosotros!
