Está amaneciendo y tengo precisamente ese regusto especial que vine a buscar entre los senderos. Un delicado maridaje entre lo físico, lo mental y lo afectivo. Un bienestar que voy a intentar describirte.
Mira, creo que si fuera vino, podría ser como la ambrosía. O si néctar, quizás la miel de saúco. ¿Y a qué manjar asemejarme? Creo que aquel que me evoca la cocina, siempre alegre, de mi madre. Y también te propongo que imagines la viveza de un jovenzuelo aderezada con la paz del adulto que ya libró las mil batallas a las que te aboca la vida, y cada uno de los afectos que felizmente se posaron en su camino... Además del agradable cansancio de quien ya recorrió su camino, y de la serenidad que embarga a quien estuvo cerca, muy cerca, de las estrellas... Porque ese es mi regusto.
Vine a perderme por unos días en las montañas profundas del norte a sabiendas de que con cada gota de mi sudor las amaría un poco más... y sabedor también de que observándolas sin prisa y estando atento a sus susurros, iría entrelazandome con el lugar, e hilvanando esos vínculos de cercanía, de comprensión y de amistad que vine a buscar...
Puede que recuerdes que hace poco escribí que “quizás por unas semanas solo seré una piedra más en el camino e intentaré mimetizarme en los paisajes que recorra”... Y ahora puedo corroborarte que así ha sido. Ya que durante una semana he recorrido las entrañas de los Picos de Europa. Un lugar que, como tantos otros, solo está al alcance de los que deciden embarcarse en caminos que te exigen tesón y esperanza.
Allí encontré un universo montañoso, esbelto y afilado, lleno de contrastes y también lleno de historias. Historias de las propias montañas y de las gentes que las han habitado.
He tenido, además, la fortuna de haberlo hecho con media docena de personas sensibles, sabias y queridas, capitaneadas por Alex Rozalén, el mejor guía de montaña que pudimos soñar, porque más que de geografía o de senderos nos ayudó a penetrar en el alma de su tierra. Pero, en definitiva, un grupo que me me ha permitido sentir lo que también cada uno de ellos sentía, veía, oía o sabía. Y seguramente también ellos pudieron sentirme a mi y a mis emociones.
Escuchando e interpretando juntos las historias que en cada recodo nos contaban la geología, los roquedos, los bosques y los prados, las cabañas, el pastoreo, los pueblitos en sus enclaves, los lobos y los rebecos, el buitre y las chovas... E imaginando también la labor de la mano del hombre del lugar. Las más de las veces historias de hombres y mujeres que en su intento por sobrevivir supieron modelar el paisaje a base de esfuerzo, ingenio y respeto por el lugar y sus claves.
“Hace años que partí para formarme pero quise volver a mi tierra porque solo imagino mi vida entre estas montañas” nos contaba Alex. Y esa ha sido su apuesta vital, transmitiéndonos su fervor por esta tierra con una gran sensibilidad y compromiso: “Tenemos el reto de que los consumidores sepan valorar los productos ecológicos y todo lo que suponen de respeto por la naturaleza”
Por otro lado, durante esta exigente “Travesera” por los tres macizos de esta sierra, cada uno de nosotros también pudimos aportar nuestra particular manera de sentir al lugar:
- “El paisaje aquí refleja un modo de vida lleno de respeto y de sensatez”
- “Qué vida tan sacrificada la de los hombres que habitaron estas montañas, viviendo de sus recursos, si, pero renunciando a tanto a cambio...”
- “La llegada del turismo ha sido tan vertiginosa que quizás se corre el riesgo de propiciar el abandono de las actividades tradicionales”
- “La falta de previsión hace que el turismo solo se concentre en algunos lugares con infraestructuras insuficientes”
- La autenticidad de los prados y la ganadería, de la industria tradicional del queso o las cecinas, del hábitat vernáculo, de la cultura popular, de los guisos y embutidos... debiera poder convivir con el turismo y la modernidad”
- “Un cambio drástico en el modo de vivir la montaña y el abandono de las actividades tradicionales supondría un cambio radical en el paisaje”
- “Me preocupa la fragilidad de la naturaleza, incluso en espacios protegidos como son los Picos de Europa”
- “Ojalá se sepa encontrar la manera de aunar los valores ancestrales con la calidad de vida”
Quizás todo sea cuestión de mesura y de sensatez, aunque también de rigor y de compromiso, pero en realidad el debate está abierto, pero no sólo aquí... ¿Tradición o modernidad? ¿Protección o desarrollo? ¿Autenticidad o pantomima?
¿Sostenibilidad?
En fin, aunque por lo pronto, y durante unos días, pude percibir el vuelo de las rapaces, gozar con los saltos inverosímiles de los rebecos, oír el tintineo de los cencerros, beber de los manantiales, comprender la geología de las dolinas, simas y polges, imaginar el pastoreo estival y aprender de sus cabañas, ser montañero intrépido, disfrutar del olor del orégano y del color de los brezos, mascar hayones, volar sobre las nubes, y deleitarme con miles de sensaciones indescriptibles...
Pudiendo ser montaña en la montaña.