Recibí aquella llamada mientras trabajaba en mi hotel. Era de nuevo aquel abogado que asesoraba a una prestigiosa universidad privada, y me trasladaba los saludos de su rector, quien quería saludarme y compartir conmigo un café al día siguiente.
Ocurrió hace aproximadamente cinco años, cuando dirigía por encargo de la autoridad provincial el Plan de Desarrollo Metropolitano de Arequipa, una compleja urbe de un millón de habitantes y a la vez uno de los grandes iconos patrimoniales de Perú, conocida internacionalmente por pertenecer al selecto club del Patrimonio Mundial de la UNESCO en reconocimiento de bellísima ciudad colonial y de su delicado paisaje cultural, presidido por su “campiña” (cada vez más mermada y ultrajada), verdadera joya agronómica heredada de los incas, con los volcanes Chachani y Misti como magistral telón de fondo.
Pero antes de proseguir con mi relato debo deciros que muy cerca del corazón de Arequipa se encuentra Sachaca, un distrito que a pesar de albergar a apenas unos miles de habitantes que se encuentran dispersos en un rosario de pequeños pueblitos que ocupan otros tantos promontorios salpicados entre el espacio agrícola, es sin embargo uno de los distritos más emblemáticos de la ciudad. Y lo es precisamente porque su “campiña” aún había podido permanecer ajena a la presión urbanística de la gran urbe, a pesar de ocupar una posición geográfica bastante centrada. Y en reconocimiento de ello, aquí se encuentra un famoso mirador desde el que cada día centenares de visitantes admiran y fotografían las perspectivas más alucinantes de Arequipa, con las andenerías agrícolas en primer plano, y ya detrás de la ciudad, las siluetas nevadas de sus dos grandes volcanes, Chachani y Misti.
Resulta que aquella universidad, había comprado recientemente bastantes hectáreas de terrenos de esta campiña con la intención de ubicar su “nuevo campus” sin importarle, ni poco ni mucho, las protecciones existentes, en la seguridad, digo yo, de que sabiendo apretar los tornillos adecuados, su recalificación sería cosa hecha.
En realidad, el panorama que yo me había encontrado en Arequipa era que aquí todos coincidían en que la quinta esencia de sus tradiciones y de su cultura residía en su famosa campiña, lo cual sin embargo no había sido óbice para que durante los últimos quince años las urbanizaciones residenciales hubieran ocupado ilegalmente más de 3.000 hectáreas por aquí y por allá, sin que la sociedad, ni sus administraciones y juzgados, se hubiesen inmutado realmente… En una farsa en la que mientras que la sociedad civil reivindicaba protección para la ancestral “Campiña Arequipeña”, un día tras otro, los mismos actores con argucias legales, iban aprobando nuevas urbanizaciones con miles de viviendas que se vendían con normalidad…
Y es que, lamentablemente, ni siquiera la inclusión de Arequipa en la lista del patrimonio mundial una década atrás, ni la tutela que desde entonces había realizado la Cooperación Española para hacer efectiva dicha protección, habían logrado frenar ese suicidio cultural y ambiental…
Por eso aquella universidad no dudó, ni por un momento, en adquirir aquellos terrenos protegidos.
Recuerdo que unas semanas antes tuve una reunión con una comisión de expertos de dicha universidad (Con el Decano de la Facultad de Arquitectura y sus profesores de urbanística a la cabeza) para presentarme el anteproyecto del nuevo Campus a fin de que yo también lo avalara lo hiciese viable en el nuevo plan metropolitano.
Y, claro, “el español” (como se referían a mí de manera peyorativa) tuvo que preguntarles que cómo podrían en el futuro inculcar a sus alumnos el amor por la cultura local, por su paisaje y por sus tradiciones si con la construcción de nuevas facultades se habrían destruido algunos de los espacios mejor conservados y más singulares de su campiña…
Por eso escocía tanto a los poderes fácticos locales (y a los colectivos profesionales) que fuese un equipo de expertos internacionales el que tuviese por primera vez a su cargo la planificación urbanística de la metrópoli… Porque no estábamos atados a la podredumbre de las argucias en las que todos los agentes intervenían (notarios, abogados, arquitectos, ingenieros, funcionarios, alcaldes y regidores, constructores, usuarios, periodistas…).
Y por eso era frecuente escuchar para devaluar nuestro trabajo cosas como que “el español no conoce la cultura ni las normas locales” …
Y, claro, fue calando poco a poco en la sociedad arequipeña el rigor con el que queríamos impregnar a nuestro trabajo. Hasta el punto que, en una ocasión, tras una complicada sesión de trabajo, escuché accidentalmente que uno de los asistentes le decía a otro el más bello piropo que nunca recibí: “Al español no puedes obligarlo… ¡Tienes que convencerlo!”
Bueno, pues como os decía, recibí la invitación de aquel rector y le propuse a su abogado que me recogiese en mi hotel a primera hora de la mañana siguiente. Y ya durante el trayecto en taxi a la universidad, en tono muy conciliador, empezó a decirme que habían estudiado con mucho interés tanto mi curriculum como la experiencia de mi equipo y que habían llegado a la conclusión de que nadie como yo para dirigir el master plan y los proyectos de aquel nuevo complejo universitario que querían construir para modernizar las instalaciones y ofrecer un mejor servicio, etc. etc.
Recuerdo perfectamente que controlé mis emociones y permanecí en silencio durante unos segundos… eternos creo… para luego contarle:
“Mire, para hacer mi trabajo en Arequipa debo cruzar cada mes dos veces un continente y un océano, y permanecer más de la mitad del tiempo en hoteles y lejos de mi ciudad y de mi familia…
Y como sabe, se trata de una tarea muy compleja y llena de dificultades cuyos honorarios sin embargo son tan ajustados que no me permiten llevar cada mes a España más de un puñado de higos…
¿Sabe usted lo que yo daría por realizar un trabajo como el que me propone? Que por su notoriedad me permitiría sacar a la luz todo el potencial de mi equipo… Y que por su envergadura nos permitiría disfrutar de unos honorarios holgados que nos dotarían de una razonable estabilidad económica…
Porque… esos honorarios serían de, aproximadamente, un millón de dólares, ¿No?”
A lo que el abogado, con los ojos muy abiertos, me respondió enseguida: ¡Por lo menos!
Entonces, respiré profundo y con la mayor solemnidad que pude alcé mi mano derecha (en una alegoría a la famosa anécdota del Inca Atahualpa con Francisco Pizarro) y serio, muy serio, le dije:
“Pues a pesar de eso, si me convencen de que ese Campus es oportuno en ese lugar les ayudaremos gratuitamente, pero de lo contrario, ni con el oro hasta que alcance mi mano podrían hacerme cambiar de opinión…”
Como comprenderéis ya no hizo falta decir mucho más y el resto del trayecto lo hicimos en puro silencio. Le acompañé hasta la antesala del despacho del rector donde el abogado con alguna excusa me pidió que le aguardase unos minutos, mientras que él se adelantó para hablar en privado con el rector y ponerle al tanto del fracaso del plan urdido… Así pues, al poco tiempo saludé a aquel rector. Y ya la visita se desarrolló de manera muy protocolaria en la que solo hablamos de cuestiones superficiales sobre la vida universitaria en Arequipa y en Granada… Y tan pronto como le fue posible me regaló un pin de su universidad y nos despedimos, deseándonos salud y prosperidad…
Meses después concluimos el Plan de Desarrollo Metropolitano que incorporó toda la campiña histórica al espacio protegido por la UNESCO... aunque durante este periodo, como ya sabía que ocurrriría, arreciaron las presiones de todo tipo para desprestigiar nuestro trabajo y me hicieron pagar un alto precio.Tan alto que una vez que lo concluí, partí de aquella ciudad y ya nunca quise volver la vista atrás para comprobar qué pudo ocurrir tras mi marcha. Quizás porque estaba seguro de lo que iba a encontrar…
Por eso cuando hace unos días miré las imágenes de Geogle Maps, os reconozco que se me hizo un nudo en la garganta al comprobar lo que siempre sospeché. Que al fin supieron encontrar cuales eran los tornillos adecuados... y vaya si los apretaron...
Sin embargo, yo sé que hice como debía… y quiero pensar también que aquella lección de dignidad profesional y de compromiso no habrá sido en balde… porque nuestra sociedad necesita que ese tipo de gestos se prodiguen.