Es domingo y ha amanecido una mañana húmeda, gris y triste. Y sobre todo muy silenciosa. Es verdad que aún es temprano, pero se masca la quietud, como si todo se hubiera parado, preso de la desesperanza. Como si mis vecinos y las gentes de mi barrio estuviesen aguantando la respiración para que hoy nada cambiase, ante el temor de que cualquier evolución sería a peor. Hasta el café me sabe hoy diferente. No sé si algo más amargo. Aunque también es bastante probable que solo sean impresiones mías, y que me estén afectando los mensajes que leí hace un rato, recién despertado, enviados desde Perú por personas muy queridas. Ya sabes que nada como ver las cosas desde la distancia, y desde esos 10.000 km. que median, incluidos un continente y un océano, nos miran a España y a los españoles con mucha más preocupación que, quizás, la que aún sentimos nosotros por acá…
No soy hombre de desesperanzas porque yo creo que, en cada día de mi vida, casi sin excepción, siempre he sabido buscar y encontrar razones para soñar, asideros que me diesen seguridad, y los mejores argumentos para seguir caminando. Pero al releer esos mensajes de solidaridad con nuestro pueblo, incluso de sorpresa por la solo relativa firmeza con al que en España afronta este mal invisible pero implacable, se me ha puesto muy mal cuerpo, con un nudo en la garganta, un vacío que me grita desde la boca del estómago, con una desazón que me embarga… y aunque se positivamente que en un rato todo será diferente, como en cada día, me ha parecido que hoy mi reflexión para ti debía escribírtela cuando mi ánimo, como el día, aún está húmedo, gris y triste.
En seguida, en muy poco rato, incluso ya, en apenas unos minutos, la luz de la mañana se irá intensificando y, con ella, el día y las gentes de mi edificio y los alrededores se irán activando y volverá si no el clamor, porque todo desde hace unos días está mucho más decaído, pero sí ese cierto movimiento que hará que aparentemente hoy vuelva a ser un día normal. O al menos tan normal como ahora corresponde. Sin embargo, esos mensajes ultramarinos ya calaron en mi ánimo porque, paradójicamente, aun siendo un conjunto de voces inconexas han conformado una letanía machacona y sorprendentemente conjuntada en su mensaje, y porque vistos desde la lontananza pareciera que, por aquí, ni las autoridades ni los ciudadanos nos lo hubiéramos tomado con la tremenda gravedad que el caso exigiría. Como si todo esto fuera simplemente una circunstancia incómoda e inquietante que la estamos viviendo con cierta gravedad…
Estamos enclaustrados sí, pero en casa. Con muchos, pocos o incluso ningún acompañante compartiendo nuestro espacio, pero tampoco percibimos demasiada soledad porque nunca como ahora nos hemos prodigado tanto con los mensajes, llamadas o videollamadas. Llegado el caso salimos con tranquilidad a la farmacia, al supermercado o al quiosco, y el carro de la compra, la mascota o las bolsas de la basura se han convertido en verdaderos salvoconductos para salir a la calle, por lo que nada es tan severo. La actividad económica se está parando, pero todos en nuestro fuero interno estamos convencidos de que en unas semanillas todo esto desaparecerá y volveremos al punto de partida. Muchos estamos aprendiendo a teletrabajar, algo simpático que nos ayuda a percibir que la vida sigue y que va a seguir muy pronto como si nada… Además, ¿Cuándo habíamos soñado tener tanto tiempo libre para ordenar las fotografías, ver películas, cocinar, leer, hacer zumba, llamar a amistades que ya estaban amortizadas, o compartir el mismo espacio y tiempo con nuestros hijos? ¿Y las simpáticas olas de solidaridad? Son muy emotivas y reconfortantes, y nos ayudan a pensar que individual y colectivamente con toda seguridad somos mejores de lo que pudiera aparentar…
Y todo eso está bien… pero, aunque nos repetimos machaconamente unos y otros, ya sea desde las asociaciones de padres de alumnos, desde cada colectivo, en los medios de comunicación, con videos caseros, a través de memes superocurrentes, o visualizándolo a través de miles de iniciativas entrañables eso de ¡Quédate en casa!… Sin embargo, hay más multados por no hacerlo que infectados por el virus. Se cuentan por miles los que se han mudado a su segunda vivienda, o los que llegado el fin de semana quieren salir, como siempre, de la ciudad. Tantos y tantos que visitan a familiares o allegados, porque como ellos no están infectados... Y demasiados negocios que aún siguen abiertos con el trasiego que ello supone.
Y desde la lejanía perciben que tampoco las autoridades pareciera que hayan adoptado medidas extremas para que la sociedad española se tome mucho más en serio, absolutamente en serio, que esta crisis global también es una crisis total que solo podríamos atajarla con una parálisis absoluta, salvo servicios básicos básicos e imprescindibles imprescindibles… y todos en casa.
Viendo pelis o haciendo gim, pero en casa. Felices o familiares, pero en casa. Y no digo yo que guardando la respiración o que nos olvidemos de vivir en estos días, no, pero en casa. Todos en casa. Sin salir y sin excusas.
Porque esto es una crisis sanitaria y global tan gorda que más vale unas pocas semanas colorados que ciento amarillos. Lo primero lo superaríamos, pero lo segundo…