La vida me brindó la posibilidad de vivir historias bellísimas que ocurrieron porque mi corazón estaba abierto a las gentes que fui conociendo, con las que aprendí, y a las que pude servir… Como esta, que seguramente ocurrió porque era bueno que ocurriera…
Todo empezó en Arequipa (Perú) hace unos años, creo que mediado el año 2012. Yo siempre me alojaba en el mismo hotel. El Hotel Santa Rosa, muy céntrico, y ubicado justo enfrente del Monasterio de Santa Catalina, el verdadero icono patrimonial de la ciudad. Por lo que era una calle muy transitada y llena de turistas. Así, las esquinas siempre estaban llenas de vendedores de toda clase. Y entre ellos, había una señora mayor que se sentaba cada día en el suelo para fabricar sus muñecas de trapo. Siempre iba vestida con las ropas tradicionales de la montaña y siempre me pedía que le comprase una. Pero yo sólo le sonreía agradecido y le decía que no.
Hasta que un buen día cambié de actitud, quizás llevaba menos prisa, y me senté con ella en el suelo para ver cómo las fabricaba… y me interesé por su vida. Era la Señora Cristina. Y le compré una bella cholita de trapo que llevaba a su bebé bordado en la espalda… Pero en el trato iba incluido que nos haríamos un selfie… y así fue. Sería para mi madre.
Y al llegar, como cada pocas semanas, a Guadix (Granada, España) para visitar a mi madre, ella abrió los ojos y sonrió feliz de su regalo… y mucho más cuando le mostré la fotografía de la Señora Cristina. Y, claro, le tuve que contar quién era, sus costumbres, que vivía con sus nietos con lo que ganaba fabricando muñecas… Y como era de prever, se me ocurrió hacerme un nuevo selfie con mi madre y su muñeca…
Y cuando poco después volví de nuevo a Arequipa y me topé con la Señora Cristina, recordé esa fotografía y le mostré orgulloso a quien había llevado su muñeca… Y el milagro se produjo…
Porque tuve que contarle a aquella sencilla anciana donde estaba España, al igual que numerosos detalles sobre mi madre… Y de ahí surgió una comunicación virtual entre esas dos bellas mujeres, que se prolongó por al menos dos años, en la que cada mes yo compraba tres muñecas de trapo (una de ellas para mi madre y las otras dos para regalarlas a familiares, compañeras de trabajo, amigas… que se las rifaban) más el correspondiente selfie…
Y tanto a una como la otra ya conversaban a través mía: Mi madre esperando ilusionada su nueva muñeca y el selfie con la Señora Cristina; y esta, expectante, para ver cómo el fruto de su trabajo ya estaba en manos de aquella otra señora española que parecía tan feliz… Y yo, entre ambas, maravillado por aquel vínculo de amistad y de respeto que se había creado entre ambas.
Cuando mi madre murió, poco tiempo después, tenía expuestas en el sitio más visible de su salón aquellas 20 muñecas de trapo… y también todas las mujeres de mi entorno, que ya conocían esta tierna historia, guardaban como oro en paño su muñequita de trapo arequipeña.
Espero que tengáis un bonito día.