Hoy he vuelto a escuchar en la radio, esperanzado, algo que ya vienen repitiendo en las últimas semanas unos y otros: Que ahora todo el mundo añora estar viviendo en una pequeña población debido a las excelencias de todo tipo que tiene el mundo rural. Y eso en sí mismo ya es una magnífica noticia.
Porque, las buenas gentes de lo que se ha venido a llamar “la España vaciada” llevan más de un año reivindicando intensamente de los poderes públicos que de una vez por todas se tomen en serio, la sangría social, cultural y ecológica que supone el despoblamiento de las pequeñas ciudades y pueblos de interior. ¿Y cuál ha sido el resultado? Un diputado en Las Cortes, algunas medidas más mediáticas que efectivas y mucha solidaridad, sobre todo mucha solidaridad… ¡Hombre, no es poco! ¡En absoluto! Aunque sí que es insuficiente para revertir ese fatal proceso que no solo se da en España.
Y, sin embargo, paradojas de la vida, ha bastado la irrupción abrupta en nuestras vidas del COVID-19, un insignificante bichito, para que, de repente, en un plis plas, aquella otra España, huérfana en tantísimos derechos, pero sin embargo plena en sus esencias y en sus virtudes, se nos presente como la solución al gravísimo problema sanitario que se nos ha venido encima.
Así que al grito de ¡¡Que viene el coronavirus!! Ahora sí que de verdad todos hemos vuelto la mirada hacia esos campos olvidados y hacia esos pueblos sin futuro, como despertando de una pesadilla, para comprender que con el éxodo de la población a las grandes ciudades no estábamos acercándonos, ni muchísimo menos, a la modernidad ni al progreso, sino más bien justo lo contrario: a un empobrecimiento colectivo en todos los órdenes.
Muchos ya juegan a adivinar en qué va a cambiar nuestra sociedad tras esta crisis descomunal. Y creo que todos nos preguntamos si verdaderamente sabremos aprender la lección… Ya veremos… Aunque más nos valdría.
Yo creo firmemente que nada como esta fatídica pandemia habría podido hacer tanto y en tan poco tiempo para que la sociedad actual comprendiese que seguramente lo más moderno, lo más progresista y lo más innovador lo tenemos en el mundo rural. Así que bienvenido sea que volvamos nuestra mirada agradecida hacia nuestros campos, nuestros bosques, nuestros pueblitos, nuestras tradiciones… Con su ritmo pausado, sus olores y sabores diferentes, su viveza y su autenticidad.
Y aunque todos sabemos que es una falacia pensar que las grandes ciudades dejarán de crecer, sin embargo, creo que va siendo hora de que todos, los ciudadanos y nuestros representantes políticos, nos tomemos mucho más en serio esta cuestión.
Los políticos arbitrando medidas efectivas para que en las comarcas de interior sus jóvenes gocen, esta vez sí, de oportunidades para desarrollarse como personas orgullosas de poder labrarse un futuro próspero.
Y nosotros, los ciudadanos, siendo mucho más generosos y aceptando con amplitud de miras los grandísimos aportes de todo tipo que el mundo rural le regala a la sociedad en su conjunto. Cuidando los bosques, labrando los campos, manteniendo las acequias ancestrales, coexistiendo con la naturaleza, manteniendo las tradiciones y la cultura…
Por eso estoy seguro de que cuando la alerta sanitaria vaya dejando paso a la normalidad tendremos una oportunidad preciosa para volver a visitar aquellos lugares de los que nosotros, o nuestros padres, partimos. Y le ofrezcamos nuestro tributo y nuestro reconocimiento.
Es más que probable que volvamos encandilados al redescubrir tesoros inimaginables: Iglesias y catedrales, pueblos colgados de las montañas, cortijadas, plazuelas, miradores, senderos, manantiales, artesanías, sabores que creíamos perdidos, una agricultura sabia, bosques y prados sorprendentes, el legado de la historia, sinfonías de geología, el sonido del viento, los cantares de las aves o la luz tenue de las estrellas…
¡En fin! Que a ver si abrimos los ojos…
(Dedicado a mis admirados amigos los periodistas Jesús Javier y Pilar Molero, autores del podscad "Todo va bien, Guadix")